3 feb 2011

Mishima

Estoy vaga. Parece que en el 2011 la inspiración bloguística me abandonó y en enero sólo metí una entrada, bah dos, pero una fue de compromiso así que esa no cuenta. Y eso no es hacer trampas, porque hubiera sido más sencillo borrar y poner dos en vez de andar explicando tanto, ese es mi problema: superabundancia léxical.

Pero bueno, acá estoy escribiendo otra, sólo porque hoy estoy rara. Rara, no encendida.

Es que descubrí que a veces -muy de vez en cuando- pueden despertarse en mí sentimientos protectores, aventurar maternales sería un despropósito, tampoco exageremos.

Paso a narrar. Llegamos a casa tras un mes de ausencia y encuentro en mi patio a "un pichón de gato" instaladísimo en el fondo con aires de rey león. Sólo aires porque es chiquito y feo, flaco, casi rancio diría. 

Reacción inmediata de mi parte. -Gato invasor! Habráse visto, si pesco tan sólo el olor a meo por algún lado te cuelgo de la anacahuita. Juera bichu! Raje de aquí gato estúpido (no dije estúpido dije otra cosa, pero con la polvareda que levantaron los torsos desnudos de California, mejor no escribo lo que le dije. Autocensura pura y dura.) 

Obviamente, el rey león adelgazado me mira con esa mirada gatuna tan autosuficiente que me da una rabia bárbara y ni se mosquea. -Ahhh, este no me conoce... pegué un pisotón que dejó temblando las botellas que nunca me acuerdo de sacar -para que se las lleven los clasificadores- que hasta Atila hubiera envidiado. Lo asusté, pero como es debilucho salió disparado digamos que a media máquina, nada que ver con la típica disparada gatuna. Me dio pena, pero no flaqueé. Recién llegada, acalorada y cansada lo último que me faltaba era convertirme a protectora de animales. Me fui a dormir. Ese fue mi primer encuentro con el gato. 

Día dos. Calor, mucho. Malhumor después de saber que hay que trabajar para vivir y que la vida es algo más que un mes sin pensar en nada. Llego a casa. Enfilo al patio. Piletita pronta. Gato otra vez. Me enfurezco. Esta vez se asustó mucho y casi se golpea con un vidrio tratando de escabullirse. Siento más pena que el día anterior, reparo en lo flaquito que es, ya pienso en que quizá no coma. Sin embargo, el calor arrecia y yo me quiero tirar a la piscina sin testigos, así que me olvido del gato.

Día tres. Más calor, insoportable. Mediodía, salgo al patio y lo veo tendido a la sombra de la anacahuita de la que lo quería colgar. Me miró, juro que como pidiéndome compasión, cero autosuficiencia gatuna. Se la tuve, hasta pensé en llevarle un platito con leche -por suerte no tengo en casa, no nos gusta- ya que eso hubiera sido demasiado. 

Sólo me dio para nominarlo, lo bauticé "Mishima", como el autor japonés del que jamás leí una letra pero sé que tenía aires imperiales,  no hace falte que explique por qué. 

Michifuz es muy infantil y yo ya estoy grande.  


No hay comentarios: