Yo qué sé.
Me enseñaron -realmente no sé por qué, no hacía falta y además nunca lo aprendí- que las cosas se cierran.
Las puertas, las ventanas, los pantalones, las blusas deben cerrarse.
Los años también. Por eso esta entrada.
Como soy rebelde, un poco nomás, nunca lo suficiente, y como no creo en los cierres herméticos (lean las estadísticas de violaciones a la propiedad privada y se darán cuenta) me rebelo conmigo misma y escribo una entrada que tiene como tema justamente aquello de lo que reniego: el cierre del año.
Lindo el 2010.
Ascendí en el trabajo y -como no podía ser de otra manera- sigo arrastrando algunos lastres (no termino algo que empecé hace varios años y que me había prometido terminar este año, por suerte no es mi matrimonio, ése con sus altos y sus bajos sigue en competencia, já).
Pero así y todo este año fue una montaña rusa de sensaciones.
Hubo ocasiones en las que que me sentí capaz de comerme el mundo de un sólo mordisco y otras en las que literalmente una miguita de pan me atrangantó de tal manera que sentí que no iba ser capaz de respirar.
Por suerte -o por una mezcla con cucaracha que debo tener- siempre me repongo, me rearmo, me reinvento, me "re" hasta el hartazgo, y eso está bueno.
En el 2010 también me hice Lectora, siempre lo fui por deformación profesional, sólo que este año me tomé el trabajo un poco más en serio y como soy una descocada además me atreví a mostrar aquello que la lectura me generó con el paso de los años: este blog, por ejemplo. Están en su derecho de pensar ¡qué poco! (se las serví en bandeja, je)
Pero bué, una hace lo que puede.
Por último, entre seria y divertida, me digo:
- yo no lo cierro nada a este año; siempre es mejor andar escotada ¿no? especialmente para que la llegada del 2011 nos pegue directo en el medio del pecho y nos revuelva un poquito las certezas, nos obligue a repensar/nos y nos haga un poco más felices a todos.
Feliz año!