14 dic 2010

Reality Bites

La realidad muerde, y fuerte. 

Estamos a fin de año y los balances nos acechan. Y mirar para atrás -y no por el espejo retrovisor- no suele ser un ejercicio relajante. 
Esta época nunca es sencilla -al menos para mí nunca lo fue- y eso que soy de las que se quedan más que conforme con un empate -siempre fui gasolera en los deseos, je-.

Sin embargo, cuando empieza la fiebre de los informes y una es arrastrada a "sopesar logros" quedan cosas en el tintero ¿o debo decir en el disco rígido? que ni siquiera estaban en el radar cuando se pensaron las resoluciones del año anterior -en lo personal especialmente-.

No se bien por qué, pero cuando arranco con lo laboral siempre termino evadiéndome hacia el plano personal y por culpa de ser una "procastinadora contumaz" me empantano pensando cosas que poco o nada tienen que ver con lo que tengo que informar. 

Es decir que por vaga, termino enroscada en unos laberintos reflexivos que me frustan, mejor dicho, me enojan bastante.  Y enojada no soy muy productiva,  por eso es que termino paralizada echándole la culpa al fin de año. Y por lo anterior, no sólo no hago lo que tengo que hacer sino que además me amargo por cosas que ni siquiera pensaba me iban a preocupar! 

Pero no todo es oscuridad y como soy una mujer optimista (o cándida) aunque me derrita el calor y me coman los mosquitos, el verano está cerca y las vacaciones también, por eso puedo posponer los balances para cuando esté tirada en una reposera frente al mar, que allí seguro seguro no me voy a enroscar pensando nada, más bien todo lo contrario, me dedicaré con todas mis fuerzas a no pensar, porque en definitiva eso es lo que se espera de nosotras ¿no?



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