Me duele la panza. Mucho. Es raro, hacía "tiempazo" -me encanta esta expresión uruguaya que significa hace bastante tiempo atrás- que no me dolía.
Es una sensación rara porque a mí me lleva hasta la infancia. Sí, cuando era niña me dolía seguido la panza, "me empachaba" -decía mi abuela- cada vez que me daba un atracón de tutucas, chocolates, bocaditos néstor y caramelos media hora.
La sorpresa es porque sin probar ni una de todas esas deliciosas dulzuras ultimamente, me duele la panza y no sé por qué.
Empachada seguro que no estoy - menos mal, porque no tengo a ninguna señora a mano con una cintita roja dispuesta a curarme- y niña he dejado de ser hace tiempo -por eso es que abrí este blog hip & chic- .
Pero -y a pesar de lo anterior- la panza me duele igual y "la circunstancia" me pone de mal humor. De ese mal humor contante y sonante que hacía un par de semanas que no me agarraba. Estoy con dolor de panza y de mal humor.
Enojada -además- porque este es un dolor innecesario ya que no comí ninguna golosina.Y si no me di un atracón dulcero no debería dolerme la panza, pero me duele igual y me molesta, y cuando estoy molesta me malhumoro y malhumorada me molesto y así hasta el infinito. Y a esta altura ya me perdí y no se que es peor si el malhumor o el dolor de panza.
Pero entre nosotros -voy a cometer una infidencia- creo que la culpa de todo la tienen las fotos que ví esta tarde del trabajo que estamos haciendo con los estudiantes, porque allí entre tanta juventud, me sentí como una lechuga marchita -y si uso la metáfora vegetal es porque estuvimos haciendo una huerta orgánica con los vecinos- ay dios! ¿por qué nadie me avisó que la edad me sentaba tan mal?
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